Don Soria, el placero de Batlle

Debo de estar loco. Resulta que, después de muchos años, vuelvo a mi pueblo, esperanzado en encontrar la placita de deportes, la del pueblo, la de mi pueblo.

Esa, sí claro y la del suyo también. ¿Y sabe con qué me encuentro? Con un… ¡Complejo Deportivo! Si señor. Allí está. En este momento lo estoy viendo. En el mismo lugar dónde debió de estar esa querida y entrañable plaza de deportes que busco.

Si, hombre, sí. La que cuidaba don Soria.

¿Se acuerda? Le estoy hablando de don Soria, porque estoy seguro que nadie sabe que se llamaba Luis. Para todo el pueblo, y para algún que otro aledaño, era don Soria, el placero de Batlle.

¿Se acuerda, sí o no? Recuerdo que cuándo el hombre se jubiló, nuestra plaza, la de todos los días, jamás fue la misma.

Y se ve que no, porque me la cambiaron. Por un Gimnasio cerrado y una piscina al aire libre, que estoy viendo.

“Don Soria”. Así, respetuosamente nos dirigíamos a él, tanto chicos como grandes. Me acuerdo como si fuera hoy. Es que ese hombre chiquito, hasta a los más gurises nos trataba de “usted”.

Permítame recordarlo entonces, como es debido : con respeto.

Hombre de una honradez jamás puesta en duda. Trabajador incansable. De moral intachable. Inspirador de respeto. Hombre confiable. De ojos chiquitos, pero de mirada franca, leal.

A él, las mamás le confiaban sus chiquilines ( nenes y nenas ), los que se quedaban jugando alborotados, cuándo estas se iban para luego volver a buscarlos. Don Soria se hacía cargo de que jugaran seguros, bajo su atenta mirada, no muy lejos de él.

Y si no lo cree pregunte.

Cualquiera de quienes lo conocieron, se lo puede decir. Cualquiera.

Porque ahí en esa entrañable plaza de deportes, crecimos seguros, sintiéndonos cuidados, mientras nos divertíamos.

Ahí nos entreverábamos a jugar, o practicar atletismo, tanto pobres como ricos.

Tanto negros como blancos. -“aquí la ley es pareja pa´todos¨”- solía decir él.

Porque él, don Soria, sin distinción de clase, pretendía ser justo en la aplicación de las normas que regían el buen comportamiento en un lugar público, dedicado al recreo y práctica del deporte.

No permitía jamás el menor atropello, ni siquiera verbal. -“hey, ¡cuidadito con esa boquita!- ( si hasta me parece oírlo).

Tampoco existían para él los chicos incorregibles, solo eran “algo pícaros”, “inquietos”, “arteros”.

Y si cometíamos alguna diablura … solía decir -“Cosa de chiquilines, don José (dirigiéndose al profesor). Deje que yo le hablo”-.

Hasta tenía la delicadeza, de no ponernos en ridículo,( el rezongo era inevitable ), llamándonos aparte. Rezongo que tras la travesura cometida, nos hacía sentir avergonzados, mirando al piso mientras nos reprendía

Pero la cosa quedaba siempre entre don Soria y nosotros.

Enseguida entendíamos. La cuestión era andar “derechito”,- nada de malas palabras-, y ¡ojito con meterse con las chiquilinas! La moral. Esto era capital para él. Y ameritaba, semejante atrevimiento, una suspensión que podía ir desde una semana a un mes para poder volver nuevamente.

Y esto, como era grave, lo tenía que saber “doña Carmen” (mi madre), porque si se enteraba mi padre, la cosa se volvía espesa.

Así que andar “derechito”, dependía ahora de que mi madre no se lo contara a mi padre. Disciplina que llegaba hasta nuestro hogar, pero que había comenzado por don Soria…en la plaza.

Y eso nos servía para aprender. Porque en definitiva seguíamos aprendiendo, hasta de él, valores que fuimos agregando en nuestras vidas y nos hicieron hombres y mujeres de bien.

Recuerdo, que esa placita estaba regida por normas que debían respetarse, sí o sí.

Aunque nos pareciesen exageradas (o ridículas), (no sabíamos si provenían del Ministerio de Educación Física, o del real saber y entender de don Soria).

Por ejemplo:

Nada de hamacarse parado, ni de barriga.

No empujar las hamacas sin haber nadie sentado en ella.

No jugar ningún deporte, o practicar atletismo si no se usa pantalón corto

No tirarse por los toboganes boca abajo.

Si la pelota era de jugar voleibol era sólo para jugar voleibol, (nada de usarla para patear- lo mismo equivalía para la pelota de básquetbol).

Nada de arrumacos, (esto para los novios). Nada de arrumacos, que resultaran ofensivos a la vista de los chiquilines – es decir solo de la manito – (y de besuqueos nada, menos que menos, que para eso estaba la plaza pública de enfrente).

En caso de, ( advertencia severa de por medio a los mimosos ), persistir en exageradas expresiones de cariño, directamente se les invitaba a abandonar la plaza.

Lo cierto es que era casi imposible no violar alguna de estas normas.

Por ejemplo, resultaba demasiado tentador armar un partido de fútbol con la pelota de voleibol. Y no precisamente en la canchita dedicada al fútbol. Esta pelota era mas livianita que la otra (la de fútbol). Y… “ don Soria no nos va a ver , porque nosotros somos vivos y la vamos a patear contra la pared de los vestuarios, y él esta allá, del otro lado, lejos, y ni se va a dar cuenta”. No me pregunte cómo, pero enseguida aparecía don Soria. ¿ cómo supo que …? Seguramente, de buen oído, escuchó los pelotazos contra la pared de los vestuarios.

Resultaba aún más tentador hamacarse parado…¡era emocionante!…

Pero no. No debíamos hacerlo. Pero lo hacíamos. “Total don Soria no se ve, (seguro que está del otro lado)” …pero él sí seguro nos estaba vigilando, porque apareció de repente y con un – ¡nooooo!¡no, nooo! – y sus gestos más que elocuentes no dejaban lugar a dudas de que de que debíamos bajarnos de inmediato.

Había otro rubro a respetar.

No estaba permitido fumar dentro de las canchas, independientemente del deporte que se practicara.

En esto también era estricto. Pero no recuerdo que nadie jamás haya osado hacer caso omiso a dicha regla, ni pasar por alto la autoridad de don Soria en caso de ser sorprendidos fumando, justo ahí donde no estaba permitido.

Este hombre ejemplar, en ejercía su labor, con total responsabilidad y buen juicio. Otra cosa, siempre tenía tema para hablar. Nos sorprendía muchas veces .

No era letrado, pero su paso por la vida, le había enseñado lo que no se aprendía en los libros, “los valores fundamentales que hacen de un hombre, un nombre”.

Un nombre, que también debería estar, a mi juicio, junto a otros ilustres personajes, que contribuyeron de una u otra forma a construir la identidad de un pueblo.

Y la identidad la construimos todos. Su gente. Sus personas. Los recordados y…los olvidados.

Y aunque hoy , mi querido Batlle, estás remozado, estás lindo, siento que te han maquillado. Ni vos sos el mismo ni yo soy igual.

¿Será cierto que los viejos miramos el futuro con la nuca?

Aún así, don Soria, añoro su plaza.

Aún así, ¡cuánto te sigo queriendo pueblo mío!

Mario Soria